Entre las muchas expectativas puestas en la creación de una nueva Constitución, hay una que se relaciona con un problema crónico: revertir el agudo distanciamiento y desinterés de la ciudadanía con la institucionalidad política y sus representantes.
En ese sentido, inicialmente hubo indicios esperanzadores: hace un año, un 85% de las personas reportaba mucho o bastante interés por el plebiscito. Hoy, sin embargo, un 46% declara esa percepción por las elecciones de constituyentes y municipales (Cadem, 2021).
¿Por qué los niveles de entusiasmo en torno a este proceso no se han logrado mantener? Existía una oportunidad, considerando que en periodos electorales las personas muestran mayor disposición sobre los asuntos públicos y que las buenas campañas políticas movilizan al electorado. No obstante, esta tarea ha sido difícil de emprender.
En un contexto social, marcado por la incertidumbre y la precarización de las condiciones de vida, es esperable que la atención de la gente esté puesta en sus preocupaciones más básicas y de corto plazo. Asimismo, el diseño original del itinerario electoral no ha ayudado. La combinación de votaciones de constituyentes, gobernadores y municipales en un mismo momento, involucrando a más de 15 mil candidatos, en un cuadro político fragmentado en múltiples pactos y subpactos, tiene como resultado la configuración de uno de los escenarios electorales más saturados y concentrados comunicacionalmente del último tiempo. La franja electoral es un reflejo de ello.
¿Cómo responde el ciudadano a todo eso? La investigación en opinión pública nos da una pista: ante la saturación de estímulos, las estrategias de selectividad de los individuos se acrecientan y aumenta la probabilidad de que procesen la información a través de procesos cognitivos ligeros y heurísticos, lo que opera en contra de un mayor involucramiento y discernimiento.
Por último, a pesar de los esfuerzos de muchos candidatos por conectar con su electorado y las organizaciones de base, ha habido una limitante adicional ante la imposibilidad de desplegar trabajo territorial durante la pandemia. Persisten, además, las ya habituales disputas que protagonizan los partidos de uno u otro bloque buscando ganar visibilidad, pero que solo refuerzan la disposición negativa de la ciudadanía hacia la política. Se suma a que muchos mantienen una visión reducida del valor de la comunicación política. Solo una muestra: a raíz de la discusión sobre la postergación de las elecciones, se presentó una moción que buscaba prohibir la participación de los candidatos en radio y televisión durante la suspensión de la campaña electoral hasta el 29 de abril. Y si bien, enhorabuena, la iniciativa no prosperó, revela una falta de entendimiento de algunos respecto a lo que más se requiere en un proceso como éste: más tiempo para el debate de ideas y propuestas.
En fin, se echa de menos una visión común de todo el arco político sobre los alcances de largo plazo que debiera tener una campaña electoral respecto a una instancia tan crítica como la convención constitucional, esto es, promover que la ciudadanía se involucre y concurra a las urnas y -con ello- intentar revertir, en algún grado, la actual profunda desafección política. Es algo ya sabido, pero aún olvidado por muchos.