Hace unos días, entró en vigencia la prohibición de publicar resultados de encuestas electorales. Esta restricción de quince días es una de las más largas del mundo, según lo reportado por organizaciones internacionales expertas como WAPOR.
Se piensa que esta medida es positiva debido a la supuesta influencia de las encuestas en el voto indeciso. Sin embargo, una evaluación comprehensiva de los estudios al respecto señala que sus eventuales efectos serían mínimos e inocuos. Quienes sobreestiman la influencia de las encuestas olvidan que la decisión de voto está sujeta a otros factores.
Más aún, durante el periodo en que se prohíbe publicar resultados de las encuestas pueden ocurrir cambios en las preferencias. Pasó, por ejemplo, en la primera vuelta presidencial de 2021. En un estudio presencial que realizamos en LEAS-UAI después de esa elección, encontramos que cerca de un tercio de quienes reportaron haber votado se decidió algunas semanas antes de los comicios. En efecto, tras el debate de ANATEL realizado poco antes de las elecciones, se registró una caída de las preferencias por Kast y un alza en el apoyo a Sichel. Si nos hubiéramos quedado con los sondeos publicados antes de la veda, el apoyo a Kast habría sido sobreestimado.
La experiencia internacional indica que las encuestas más precisas son aquellas realizadas cerca de la elección. La veda impide eso. Ésta tiende a producir situaciones peores que las que intenta prevenir. Aparecen rumores o circulan encuestas falsas. Al final, la veda termina afectando al ciudadano común porque la élite sigue accediendo a encuestas a través de sus redes. Por todo esto, no debería existir esta veda en periodo electoral.