A pocas semanas de las primarias presidenciales, la escena electoral se define entre la incertidumbre y la penumbra. Dado que estas elecciones tienen una muy baja participación y voto voluntario, las encuestas existen, pero no iluminan; informan poco y proyectan menos. Y cuando más falta hacen, desaparecen del espacio público por una ley que prohíbe difundir encuestas electorales durante los quince días previos a la votación. En este contexto, lo inquietante no es solo lo poco que sabemos, sino cuándo dejamos de saber.
El primer problema es que no sabemos con claridad quién va a votar. En elecciones con voto obligatorio, las encuestas pueden trabajar con un universo más o menos definido. Pero en primarias voluntarias, ese universo es completamente incierto. El desafío no es solo saber por quién votarán, sino quiénes efectivamente acudirán a las urnas. Y eso sigue siendo una incógnita.
Para sortear esta incertidumbre sobre la participación, las encuestas suelen filtrar a quienes se declaran “votantes probables”. Pero ese filtro reduce el tamaño efectivo de la muestra y amplía el margen de error. Por eso, incluso los estudios técnicamente bien hechos suelen fallar en primarias: no por mala ejecución, sino porque proyectar quién votará es mucho más difícil de lo que suelen admitir quienes producen estos estudios.
A esto se suma que la intención de participar es inestable. Muchas personas deciden si votarán solo en los días previos, cuando la veda legal que impide publicar encuestas electorales ya está vigente. La motivación puede cambiar por múltiples razones: un debate televisivo, una polémica de último minuto o una acción territorial que active a un grupo específico. En primarias, la decisión de ir a votar no es un dato estable, sino una variable política en sí misma.
¿Significa eso que las encuestas no sirven para las primarias? No del todo. A pesar de sus limitaciones, pueden ofrecer ciertas pistas. No tanto sobre quién ganará, pero sí sobre quién no logra despegar. Cuando una candidatura se mantiene durante semanas con niveles muy bajos de conocimiento o apoyo, esa tendencia suele ser difícil de revertir, incluso en escenarios volátiles. En ese sentido, las encuestas ayudan a identificar candidaturas que no están logrando instalarse en la conversación pública.
Lo más paradójico es que, justo cuando más personas definen su decisión de ir a votar y su preferencia, comienza a regir la veda legal. Es decir, lo poco que las encuestas pueden aportar para las primarias -con todas sus limitaciones- deja de ser visible cuando más falta hace. Por eso, las primarias se votan -una vez más- a ciegas.