Sorpresiva. Masiva. Y obligatoria. Así fue la participación electoral en el plebiscito que acompañó al aplastante triunfo del Rechazo al texto constitucional propuesto por la Convención. No estaba en los libros de nadie que trece millones de personas acudirían a las urnas a votar en una de las elecciones más importantes de nuestra historia. Esta cifra sitúa a la participación en torno a 86%, similar a la observada en la última elección con voto obligatorio (la presidencial del 2009).
En el plebiscito del pasado domingo 4 de septiembre hubo 5,4 millones de votantes más que en el plebiscito de entrada de 2020 —realizado cuando todavía había cuarentenas en varias comunas de nuestro país para controlar la propagación del COVID y sin vacunas disponibles— y 4,7 millones de votantes más que en la segunda vuelta presidencial de 2021. Esta última fue la elección que contó con la participación electoral más alta desde 2012, año en que entró en vigencia la inscripción automática y el voto voluntario en Chile.
De momento, no hay datos oficiales que permitan afirmar que esos 4,7 millones de votantes adicionales del pasado domingo nunca habían votado. Quizás una fracción de ese grupo acudía a las urnas cuando era obligatorio y dejó de hacerlo cuando se hizo voluntario en 2012. Junto a Loreto Cox, estudiamos los cambios en la participación tras la inscripción automática y el voto voluntario; esto es, comparando la participación de la elección presidencial de 2009 (última con voto obligatorio) con la de 2013 (primera elección presidencial con voto voluntario). Nuestros resultados indican que 1,3 millones de personas que no estaban inscritas antes de la reforma votaron en noviembre de 2013; principalmente, jóvenes de entre 18 y 34 años. A la vez, hubo 2,6 millones de personas que estaban inscritas antes de la reforma de 2012 y no votaron en esa elección de 2013, grupo que se concentraba principalmente en el rango de 40 a 55 años (y que hoy tiene 50 años o más).
Sin embargo, algo podemos decir sobre quienes se abstienen regularmente de votar en elecciones con voto voluntario, a partir de encuestas presenciales como, por ejemplo, la que realizamos en LEAS-UAI después de la primera vuelta presidencial de 2021. A diferencia de las encuestas telefónicas y web —que tienen bajas tasas de respuesta y, por ello, tienden a ser respondidas por un perfil de personas más interesado en política, y que por esa razón vota con más frecuencia—, las encuestas presenciales logran representar mejor a la población adulta como un todo, incluyendo a votantes y en alguna medida, a quienes se abstienen, gracias a sus altas tasas de respuesta.
Las encuestas presenciales revelan que quienes tienden a abstenerse en elecciones con voto voluntario —y que, posiblemente, fueron nuevos votantes en el plebiscito de 2022— son, en general: personas mayores de 55 años que pertenecen a los grupos socioeconómicos medios-bajos y bajos, viven en grandes centros urbanos, consumen poca información a través de medios tradicionales y casi nada a través de plataformas digitales, no se identifican en el eje izquierda-derecha ni con partidos, desconfían de las instituciones como un todo, están más desafectados de la política y desaprueban en mayor medida la gestión del Presidente Boric que los grupos que habitualmente votan.
Las cifras que conocemos a pocos días de realizado el plebiscito de 2022 muestran que la participación electoral fue algo menor en las comunas donde la proporción de población mayor es alta, y también más alta en comunas donde habitan personas de menores ingresos y en zonas rurales. En todas esas comunas, se observaron las brechas más grandes de votación a favor del Rechazo. Si bien es cierto que no es posible inferir la conducta de las personas a partir de datos comunales, estas cifras sugieren que el perfil de personas que tienden a abstenerse en elecciones con voto voluntario se hizo presente en el plebiscito de 2022, toda vez que, como vimos a lo largo de este ciclo electoral, la aprobación presidencial —muy baja en este grupo— se movía uno a uno con el apoyo al Apruebo.
La investigación académica internacional señala que votar puede constituirse en un hábito, del mismo modo que la abstención también lo hace para quienes deciden no participar1. En otras palabras, el voto se podría considerar como una actividad que recibe refuerzos por experiencias previas y al mismo tiempo por recursos sociales y económicos2.
Por estas razones, y considerando el perfil de quienes tienden a abstenerse, era difícil que votantes nuevos participaran de las elecciones. Sin embargo, varios factores podrían explicar su concurrencia a las urnas en este plebiscito:
(i) Primero, la importancia de lo que estaba en juego: un texto constitucional que podría regir por un largo tiempo.
(ii) La polarización afectiva; esto es, la tendencia de quienes votan Apruebo o Rechazo a evaluar positivamente a quienes votan como ellos, y negativamente a quienes prefieren la posición contraria. La literatura especializada muestra que la polarización afectiva hace a las personas más propensas a votar3 pero también a discriminar a los opositores políticos en contextos no políticos, a la intolerancia política e incluso a la violencia4. Según nuestros análisis en LEAS-UAI, hubo polarización afectiva en los meses previos al plebiscito, en que los partidarios del Apruebo estaban un poco más polarizados que los partidarios del Rechazo; y un poco más polarizados en agosto que en mayo. En cambio, los indecisos presentaron niveles bajos de polarización.
(iii) Como buena parte de quienes tienden a abstenerse pertenecen a los grupos socioeconómicos medios-bajos y bajos, es posible que sean especialmente sensibles a una multa en dinero asociada a la abstención y por lo tanto, hayan concurrido a votar simplemente para evitarla.
(iv) Podríamos esperar que los más de veinte años de voto obligatorio hayan promovido la participación de quienes se inscribieron en el sistema antiguo y que dejaron de votar tras la reforma electoral de 2012 porque, como sostiene la evidencia, votar puede constituirse en un hábito.
(v) Inciden también en este diagnóstico las relaciones sociales5. Las personas que tienden a estar insertas en redes personales más densas —como aquellas que viven en zonas rurales6 y participan de agrupaciones religiosas7, comunitarias, deportivas, etc.8— pueden recibir refuerzos e información acerca de los procesos políticos que promueven la participación en las elecciones. Por eso, el día del plebiscito, fue común observar personas acompañadas de familiares, situación que se vio reforzada por el proceso de georreferenciación de los locales de votación, que asignó el mismo local (o cercano) a quienes comparten domicilio electoral. Por cierto, en las comunas con mayor ruralidad y fracción de evangélicos se observaron las brechas más favorables al Rechazo.
La participación y los resultados electorales del plebiscito de 2022 vuelven a poner en la palestra la discusión del retorno al voto obligatorio, aunque, esta vez, con inscripción automática (antes de la reforma de 2012, la inscripción era voluntaria). De hecho, apenas dos días después del plebiscito, un grupo de diputados presentó un proyecto de reforma constitucional para consagrar el voto obligatorio universal. Me parece que lo que está en juego en torno a si votar es un deber (obligatorio) o un derecho (voluntario) es la libertad individual cargada de simbolismo político, algo tan valioso que se merece un debate racional y ajeno a consideraciones consecuencialistas, como sería la preferencia por uno u otro basado en resultados de esta elección o las anteriores. Lo anterior, sin embargo, parece improbable porque el debate comienza pese a que todavía no se han calmado las aguas tras el tsunami electoral del fin de semana pasado.
Hetherington, M. J., Rudolph, T. J., 2015. Why Washington Won’t Work: Polarization, Political Trust, and the Governing Crisis. University of Chicago Press.
McCoy, J., Rahman, T., Somer, M., 2018. Polarization and the global crisis of democracy: common patterns, dynamics, and pernicious consequences for democratic polities. American Behavioral Scientist 62 (1), 16–42.
Strickler, R., 2018. Deliberate with the enemy? Polarization, social identity, and attitudes toward disagreement. Political Research Quarterly 71 (1), 3–18.
Tappin, B. M., McKay, R. T. (2019). Moral Polarization and Out-Party Hostility in the US Political Context. Journal of Social and Political Psychology, 7(1), 213-245. https://doi.org/10.5964/jspp.v7i1.1090
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Bond, R. M., Fariss, C. J., Jones, J. J., Kramer, A. D., Marlow, C., Settle, J. E., & Fowler, J. H. (2012). A 61-million-person experiment in social influence and political mobilization. Nature, 489(7415), 295-298.