La hipótesis central de la teoría del empoderamiento humano de Christian Welzel sostiene que las mejoras materiales, educativas y sanitarias desencadenan un proceso de empoderamiento de las personas, de modo que, las personas controlan más recursos de acción, tienen más agencia, más control sobre su vida, y también se produce en las personas una creciente disociación de la autoridad externa.1
El progreso material que ha experimentado Chile desde mediados de la década de los 80 y la masificación de la educación superior puede haber significado que las personas socializadas en este periodo encarnan una pauta de valores diferentes. La razón está en que, según lo planteado por el cientista político Ronald Inglehart, los valores básicos reflejan en gran medida las consideraciones prevalecientes durante los años previos a la adultez. De este modo, cabría esperar que las personas que viven en mejores condiciones materiales, más educadas y más conectadas, atributos que predominan en entornos urbanos, entre generaciones más jóvenes, sean las personas que más adhieren a los valores emancipadores y que tengan actitudes más críticas y disociadas de la autoridad externa.
En el caso de la religión, que hemos estado analizando en entradas previas, esta hipótesis implicaría que las personas más jóvenes y educadas consideren que la religión es menos importante en sus vidas. Los Gráficos 1 y 2 exhiben la importancia de la religión en la vida de las personas en Chile, desagregada por tramos etarios y educación. Por edad, 43% de las personas entre 18 y 34 años consideran que la religión es importante, un 48% de la muestra entre 35 y 54 años piensa lo mismo, al igual que un 57% de las personas de 55 años o más. Esta gradiente es coherente con la hipótesis central.
Por educación, las diferencias son más pequeñas: 48% de las personas con educación secundaria incompleta o menos consideran que la religión es importante, un 52% de la muestra con educación secundaria completa opina lo mismo, al igual que un 44% de las personas con educación terciaria incompleta o superior. No hay una gradiente tan pronunciada, de modo que no sería tan coherente con la hipótesis central.
Los Gráficos 3 y 4 exhiben la autoidentificación religiosa de las personas en Chile –si la persona se declara religiosa, no religiosa o atea–, desagregada por tramos etarios y educación. Por edad, 43% de las personas entre 18 y 34 años se consideran religiosas y 45% no. Un 49% de la muestra entre 35 y 54 años se califica como religiosa y 44% no. En el caso de las personas de 55 años o más, 59% reportan ser religiosas y 35% no. En cuanto al ateísmo, 12% de las personas entre 18 y 34 años, 7% de la muestra entre 35 y 54 años y 6% de las personas de 55 años o más se consideran así. Estas cifras son coherentes con la hipótesis central.
Por educación, 50% de las personas con educación secundaria incompleta o menos se consideran religiosas y 43% no. Un 53% de la muestra con educación secundaria completa se califica como religiosa y 40% no. En el caso de las personas con educación terciaria incompleta, 45% reportan ser religiosas y 42% no. En cuanto al ateísmo, 12% de las personas con educación terciaria incompleta o más se considera así, cinco puntos porcentuales más que las personas con niveles educativos inferiores. Estas cifras también son coherentes con la hipótesis central.
Tomados en su conjunto, los datos que revisamos acá confirman la tendencia a una menor religiosidad que estudios previos en Chile ya han constatado. La menor religiosidad se ve sobre todo en los grupos etarios más jóvenes, una tendencia que Valenzuela, Bargsted y Somma (2013) ya identifican desde 1970 en adelante en Chile. Por otro lado, se observa un fenómeno de secularización de masas que Valenzuela y otros identifican, en la medida que “la brecha educativa tiende a desvanecerse”.2 Por cierto, hay diferencias entre los grupos de mayor y menor educación, pero la gradiente es menor que en el caso de la edad. Incluso en los grupos de menor educación, una parte importante de los encuestados no atribuye importancia a la religión ni se considera religiosa. Ahora bien, tampoco se consideran ateas, por lo que, siguiendo a los sociólogos Michael Hout y Claude Fischer3, sería incorrecto interpretar esta caída de la auto-identificación religiosa como secularización, toda vez que en Chile no se observa una caída en la creencia en Dios o en la vida después de la muerte en tandem a la caída de la importancia de la religión, y que incluso existe evidencia de que las personas sin denominación religiosa siguen creyendo en Dios, en lo sobrenatural y lo divino4.
En la próxima entrada, indagaremos en la forma en que estos niveles actuales de religiosidad se podrían estar viendo afectados por la pandemia una vez que se controla por las variables sociodemográficas que abordamos aquí.