Chile vivió momentos de euforia gracias a su destacada actuación en los Juegos Panamericanos, tanto en el desempeño deportivo -con la cosecha de medallas más grande de la historia-, como en el ámbito organizativo. Se vivieron casi tres semanas de entusiasmo en estadios, recintos deportivos (o adaptados) y también en la calle.
Fiu trascendió su papel como mascota de los Juegos Panamericanos y se convirtió en un fenómeno cultural por derecho propio, en un símbolo de alegría y orgullo nacional. Fiu no sólo tuvo un éxito de ventas sin precedentes en su versión peluche, sino que fue protagonista de los principales momentos de cada jornada, compartiendo con los asistentes.
Esta efervescencia de las últimas semanas contrasta con la desafección política y el desencanto asociado al actual debate constitucional. ¿Puede el entusiasmo de los chilenos tener un efecto duradero en nuestra percepción sobre el país?
El deporte tiene la capacidad única de cohesionar a una nación. Cuando nuestros atletas brillan en competencias internacionales, se enciende la llama del orgullo propio. “No pueden imaginar el orgullo que siento de ser chileno, de estar aquí para inaugurar los Juegos más grandes de América en mi patria”, afirmó Neven Ilic, presidente de Panam Sport, en la inauguración de Santiago 2023. Si lo que ha logrado este evento se consolida, podríamos estar ante la oportunidad de contrarrestar el declive del orgullo de ser chileno, que se ha observado en la última década. De hecho, según la Encuesta Mundial de Valores, esta cifra alcanzaba el 93% en 2012 y el 76% en 2018. En 2021, según una encuesta realizada por LEAS-UAI, el 72% se sentía muy o bastante orgullosos de ser chilenos.
Para ponerlo en perspectiva, en 2021 Chile estaba en igualdad de condiciones que Japón (71%) y por sobre Alemania (67%). Estos países han registrado tradicionalmente bajas cifras en este ámbito en los rankings internacionales, debido a las consecuencias negativas que el exceso de orgullo trajo a sus países en el pasado. En este contexto, el caso alemán es interesante toda vez que el orgullo experimentó un repunte tras la Copa del Mundo de Fútbol 2006, que ellos mismos organizaron, pese a no haber ganado el torneo.
Un estudio cualitativo realizado por LEAS-UAI reflejó la necesidad que sentía la población de establecer consensos y fomentar la unidad tras el estallido social. Existía un temor latente de que la polarización percibida en la esfera política se replicara en la Convención Constitucional, obstaculizando acuerdos y la tan ansiada unidad. Desafortunadamente, este temor de mayor polarización parece haberse materializado, como lo indican las encuestas, que han medido este fenómeno como la del Comparative National Elections Project (CNEP), desde el estallido social a la fecha.
Por otro lado, la evidencia muestra que no existe una correlación directa entre los triunfos deportivos y la popularidad de figuras políticas. Chile es un claro ejemplo: sus victorias en la Copa América en 2015 y la Copa Centenario en 2016 no repercutieron significativamente en la aprobación de la entonces presidenta Bachelet.
Los estudios también sugieren que cualquier efecto positivo derivado del éxito deportivo, si es que lo hay, suele ser pasajero. El aumento en la valoración política, como se observa hoy en la aprobación del presidente Boric -que alcanza su segundo nivel más alto este año, tras el fin de esta etapa del evento deportivo-, tendería a volver a su curso habitual una vez que la euforia se desvanece según señalan los estudios en esta materia. En esta perspectiva, parece improbable que la efervescencia asociada a los Juegos Panamericanos influya de manera duradera en la visión política de Chile.
A pesar de esto, parece que el deporte está logrando lo que la política no ha conseguido: fortalecer el sentido de unidad nacional. Aun así, no debemos caer en la trampa de sobreestimar su influencia en el resto de los ámbitos públicos. Queda mucho por hacer por parte de las élites políticas y la ciudadanía, en cuanto al involucramiento y participación en el proceso constitucional. Con todo, la euforia generada por los Juegos Panamericanos podría ser el gran catalizador que necesitamos para abordar estos desafíos.