En una entrada anterior, expusimos la tendencia declinante en Chile del porcentaje de personas que considera que la religión es importante en su vida. La religiosidad es un concepto complejo que abarca múltiples dimensiones, entre las cuales también está si la persona se auto-describe como religiosa, no religiosa, o atea. Esta dimensión es relevante en la medida que, como han descrito los sociólogos Valenzuela, Bargsted, y Somma, el “secularismo moderno, en efecto, no se autocomprende como ateo o agnóstico (simplemente marca ninguna religión)” 1. Según estos autores, sería más propio de esta aparente secularización describirse como no-religioso, que como ateo, algo que también podría llamarse indiferentismo religioso. Otra mirada a la secularización proviene de los sociólogos Michael Hout y Claude Fischer, quienes sostienen que la secularización está asociada a un ascenso de la desafiliación religiosa –personas que simplemente afirman que no profesan “ninguna religión” en una pregunta de identificación religiosa– cuando se observa una caída en la creencia en Dios o en la vida después de la muerte antes o al mismo tiempo de ocurrido el incremento mencionado y existe evidencia de que las personas sin denominación no tienen fe2, lo que no se observa en Chile3. Sin perjuicio de ese debate conceptual, al menos una dimensión de la religiosidad queda capturada en la auto-descripción que hacen las personas de sí mismas, incluso si eso no captura del todo el amplio abanico de creencias de las personas respecto a Dios u otros fenómenos naturales y sobrenaturales.
En esta entrada, revisamos datos descriptivos sobre la evolución de la pregunta “Independientemente de si asiste o no a servicios religiosos, diría usted que es una persona religiosa, no es una persona religiosa o un ateo” en el tiempo en Chile, y también comparamos este resultado con lo que ocurre en otros países participantes del proyecto “Valores en Crisis”.
Primero, analicemos la tendencia en el tiempo para nuestro país, que se exhibe en el Gráfico 1. Entre 1990 y 2006, hay una tendencia a la baja de la proporción de personas que se considera religiosa, desde 74% en 1990 a 63% en 2006. Desde la medición de 2012, esa proporción se estabiliza y alrededor de la mitad de los encuestados se considera una persona religiosa. Si bien cae la proporción de personas que se considera religiosa, el ateísmo no aumenta de forma importante: era sólo 4% en 2012, aumentó 4 puntos porcentuales para el 2018, y se mantuvo estable entre ese año y la medición en pandemia. Lo que aumenta, como adelantamos, es la categoría “indiferente”, aquellas personas que no se auto-describen como religiosas, pero tampoco se identifican como ateas.
¿Cómo se compara este nivel de indiferencia hacia la religión con lo que ocurre en otros países? El Gráfico 2 muestra los datos comparados para Chile y otros países del proyecto “Valores en Crisis”. Al igual que en el caso de la importancia atribuida a la religión, Chile tiene menor nivel de personas que se consideran religiosas que países de menor desarrollo económico como Georgia o Maldivas, y que sus vecinos latinoamericanos Colombia y Brasil. Lo que destaca es que, en comparación a países con porcentajes similares de personas religiosas, la proporción de ateos es baja. Tomando un ejemplo, en Italia –un país también de tradición católica y donde un nada despreciable 45% se considera religioso– un 27% de los encuestados se identifican como ateos, 11 puntos porcentuales más que en Chile. Grecia tiene más personas descritas como religiosas que Chile (58%), pero también mayor proporción de ateos (18%). A diferencia de estos países europeos, donde el ateísmo tiene mayor cabida, en Chile parece haber más indiferencia hacia la religión (“no es una persona religiosa”) que un rechazo explícito de ella (ser “ateo”).
A medida que Chile ha progresado materialmente y sus generaciones más jóvenes son socializadas en democracia, el porcentaje que se describe como una persona religiosa tiende a disminuir. Sin embargo, esta distribución no será homogénea dentro de la población, de la misma forma que los avances materiales del país no lo han sido. Es de esperar que personas que han alcanzado mayores niveles de educación, por ejemplo, tengan más sentido de agencia sobre sus propias vidas y recurran en menor medida a la religión. De la misma forma, datos comparados y de Chile para 2008 muestran que en la gran mayoría de los países, la religiosidad es mayor en los grupos de edad mayores.4Podemos esperar que esa asociación se mantenga en la actualidad. Estas dos variables, entonces, edad y educación, serán el tema de la siguiente entrada.