En una entrada previa, mostramos que, en promedio, en los 18 países participantes del proyecto “Valores en Crisis”, los problemas de salud y económicos asociados al COVID-19 están asociadas a una mayor religiosidad para las personas mayores de 30 años, en contraste a las personas menores de 30 años, en que no se estima tal asociación. En esta entrada abordaremos el caso especial de Chile.
Tal como en la entrada anterior, utilizaremos los datos del proyecto “Valores en Crisis”, que en Chile se llevó a cabo durante el primer semestre de 2021, cuando las cuarentenas afectaban a la mayoría del país. La base de datos incluye tres variables de religión, que utilizamos para medir la religiosidad a través de un constructo. Estas preguntas son: (a) la importancia de la religión en la vida personal, (b) si una persona se describe a sí misma como una «persona religiosa», y (c) la frecuencia con que las personas entrevistadas asistían a un servicio religioso antes de la pandemia. En dos entradas previas abordamos la evolución de la importancia de la religión en la vida personal y la auto-identificación religiosa en Chile desde 1990. Estimaremos modelos estadísticos para estudiar si haber sufrido shocks de salud o a la economía personal, asociados a la pandemia y al control de la propagación del virus, está asociado a mayor o menor religiosidad, en contraste con aquellas que no fueron afectadas. Controlamos por factores sociodemográficos, como el sexo, la edad, la educación y el cuartil de ingresos. Los detalles de la construcción de las variables y del ejercicio estadístico están disponibles en el documento adjunto.
Los modelos indican que estar casado o convivir con la pareja y ser mujer son los dos factores más fuertemente asociados a la religiosidad de los individuos en Chile. En sentido contrario opera el nivel de ingresos y el nivel de educación, aunque solo los últimos niveles (educación terciaria incompleta o superior y ser parte de un hogar en el cuarto cuartil de ingresos) son estadísticamente significativos. El ser menor de 30 años está fuertemente asociado a una menor religiosidad, lo que es consecuente con la fuerte disociación de las personas menores de fuentes externas de autoridad, observada en la generación socializada en el contexto de mayor afluencia y seguridades materiales y sanitarias de nuestra historia.
El Gráfico 1 exhibe la asociación estimada entre haber tenido síntomas de COVID y la religiosidad en Chile. A diferencia del caso internacional, hay una asociación estadísticamente significativa para la muestra chilena, pero solamente para las personas menores de 30 años: haber tenido síntomas está asociado a mayor religiosidad en este grupo. Por el contrario, haber tenido algún cercano con síntomas de la enfermedad no se asocia a un aumento de la religiosidad, sin importar si las personas encuestadas son mayores o menores de 30 años.
En el Gráfico 2 se observa la asociación estimada entre los shocks económicos, asociados al control de la pandemia, y la religiosidad. A diferencia del caso internacional, no se estiman asociaciones estadísticamente significativas en la muestra chilena, sin importar si se trata de personas mayores o menores de 30 años.
En suma, haber tenido síntomas de COVID-19 está asociado a una mayor religiosidad, esto es, a la asignación de una mayor importancia de la religión en la vida de las personas y a una mayor autoidentificación religiosa, pero sólo en las personas menores de 30 años. No tenemos evidencia de que la ocurrencia de eventos negativos que afecten la situación económica de las familias haya incidido sobre la religiosidad, en contraste a lo que estimamos usando las muestras de los 18 países participantes del proyecto “Valores en Crisis”. Estas pequeñas variaciones estimadas para el caso chileno son congruentes con las también pequeñas variaciones observadas entre 2018 y 2021, cuando describimos una importancia levemente menor de la religión en la vida de las personas y una autoidentificación religiosa solo levemente mayor. Llama la atención que la mayor religiosidad se estime para los menores de 30 años solamente, grupo en que, siguiendo la teoría del empoderamiento humano de Christian Welzel (2013), tiende a prevalecer la disociación de las personas de fuentes externas de autoridad, lo que conduciría a una menor adhesión a religiones institucionalizadas. Una razón que podría explicar la mayor religiosidad asociada a haber padecido síntomas de COVID-19 en los más jóvenes de Chile es el afrontamiento religioso, esto es, recurrir a creencias religiosas para lidiar mejor con problemas de salud asociados al COVID-19. La pregunta sobre si la religiosidad ayudó efectivamente a mitigar el impacto negativo de la pandemia queda abierta para el futuro. Otra pregunta que queda pendiente es si esta mayor religiosidad persiste en el tiempo. Recordemos que la encuesta en Chile se realizó durante el primer semestre del 2021, cuando la mayoría de la población estaba en cuarentena. Puede ser que la religiosidad, así como otras actitudes y percepciones, cambien en un contexto donde la pandemia parece estar bajo control y las restricciones se relajan. Abordaremos esa pregunta el año entrante, usando los datos de la siguiente ola del proyecto.